La tierra era considerada entonces como fuente de conocimiento, y daba sus frutos a quienes vivían en armonía con ella. La tradición inglesa relaciona siempre a la Dama del Lago y a la Espada de Luz con el rey Arturo, si bien existen distintas leyendas al respecto. La principal de las leyendas artúricas parte de la existencia de una necesidad: para que el Conocimiento de los antiguos misterios no cayera en el olvido se necesitaba un vínculo que uniera la vieja sabiduría druida con el nuevo horizonte cristiano que empezaba a extenderse en suelo inglés; este vínculo sería la espada de Excalibur.
Tal espada es un objeto sagrado, símbolo de poder, fuerza y orgullo; ha sido forjada en Avalon y representa la sabiduría que la tierra otorga a quien la esgrime por una causa justa. Excalibur no es, por tanto, una espada cualquiera; es una espada mágica dotada de toda clase de poderes. Además, se trata de una espada destinada a un rey, a una persona y sin doblez. La Espada Excalibur le será así entregada a Arturo, el primero de los reyes cristianos, por la Dama del Lago, porque Arturo se hace merecedor de ella.
La Dama del Lago es la guardiana de la pureza de la Tradición, de la Verdad, de la enseñanza auténtica y arcana que permanece inmutable a través del tiempo, y, como tal guardiana, emerge del lago y su mano entregará a Arturo la espada mágica de luz para que este preserve la supervivencia de los arcanos y antiguos misterios durante su vida, puesto que a la muerte de Arturo la espada deberá ser devuelta a la Dama del Lago.
Aceptando la espada Arturo se comprometía a salvaguardar el conocimiento espiritual que los druidas habían aportado y cuyos ritos aún perviven. Pero, Arturo olvida y desatiende su compromiso, por lo que la Espada de Excalibur debe ser restituida a su lugar, a las aguas del lago que circunda la Isla de Avalon. La Dama del Lago tiene que arrebatársela a Arturo, pues éste ha dejado de ser digno de ella. Otras versiones artúricas afirman que sería nombrado rey de Inglaterra aquella persona que pudiera arrancar la espada de Excalibur de una piedra o yunque donde estaba clavada, siendo Arturo quien consigue hacerlo y quien, por lo tanto, es proclamado rey.